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La palabra y el pueblo

Pregón para las fiestas de Las Veigas de Besullo

por CRISTÓBAL RUITIÑA

¡Qué difícil escribir un pregón sobre Besullo!

 

Lo que suelo hacer antes de escribir cualquier texto es mirar a ver si tengo algún libro en casa sobre el tema en cuestión. No sé qué proporción de los que compro no leo inmediatamente. Tal vez solo lea uno de cada tres. O dos. No sé. Solo sé que tengo por ahí  muchos libros que nunca he leído. Hasta que encuentran su momento, claro. Suelo escribir la fecha y el lugar de adquisición, sea compra o regalo. Y, a veces, cuando, pongamos por caso, diez años después, lo leo, también anoto ese momento, el de mi comunión con él. Así es como he sabido que, en realidad, en mi biblioteca tengo un montón de libros sobre Besullo, adquiridos la mayor parte cuando, hace ahora veinte años, celebramos el centenario del nacimiento de Alejandro Casona.

Tuve la suerte de que me tocó estar de secretario en la comisión organizadora de los fastos que puso en marcha el ayuntamiento de Cangas, donde yo trabajaba entonces. Mi trabajo, claro, consistía en tomar nota y callar. Pero lo bueno era que tenía acceso a todos esos libros, conferencias y publicaciones que iban saliendo sobre esa efeméride. Y a todos los anteriores. Y allí están, en mi modesta biblioteca. Reconozco que no los he leído, hasta ahora, para preparar este texto. Así pues, sigue siendo cierto aquello de que todos los libros acaban encontrando su momento. Lo que pasa es que, esta vez, lejos de inspirarme, los libros me han aplastado, tan abundante, variada y exquisita es la bibliografía que sobre Besullo existe, a propósito sobre todo de Casona, pero no solo.

Así pues, cómo escribir un pregón sobre Besullo, el pueblo más glosado que conozco, una especie de Atenas del Norte para los que, como yo, nacimos más al sur, en la villa de Cangas; lugar natal, Besullo, de nuestro escritor más brillante, con permiso de Pepe Avello (es mi opinión); cuna también de numerosos y relevantes maestros; territorio, en fin, de riquísimo patrimonio etnográfico también muy estudiado. Le parece a uno que todo ha sido dicho ya sobre Besullo. Nada que añadir, por lo tanto, podía yo.

Pensé en rechazar el pregón. Pero entonces empecé a pensar en mi relación personal con Besullo, si es que la tenía; si no podía, como es mi profesión, simplemente contarlo, glosarlo, relatar lo que había sucedido en él. Indagué en cómo había llegado yo hasta aquí, hasta el momento en que me ofrecieron pronunciar estas palabras; y en qué sabía yo de Besullo, donde no he vivido y donde he estado pocas veces. Y llegué a la conclusión de que toda mi relación con este pueblo estaba también atravesada por la palabra. Por las palabras y por las personas, personas que, siendo de Besullo o no, me acercaron a este pueblo, me acercaron este pueblo. Así pues, me centraré en personas, como hace Andrea Ramos en su extraordinario libro de fotografías.

Yo creo que la primera referencia que tengo de Besullo es por mediación de mi padre, interventor aquí durante bastantes elecciones democráticas. Tengo un recuerdo borroso: de un día de lluvia o, al menos, nublado, oscuro, entrando en una escuela sobre la que parecía  que hubiera caído un obús porque lo habían arrumbado todo hacia las paredes para hacer sitio a las urnas y a las papeletas. Mi padre vino por primera vez en 1977, en las primeras elecciones libres. Pero no pudo ser entonces. Yo tenía días. Tuvo que ser más tarde. En el 82 o el 83, tal vez, hace ahora 40 años. Dicen que es ahí, en la urna, donde habla el pueblo. Y en ese caso hablaba después de muchos años sin poder hacerlo. Así que ya tenemos aquí la primera referencia a la relación entre este pueblo y la palabra. Entre Besullo y yo.

Después, años más tarde, cuando iba al colegio que entonces tal vez aún se llamaba Alejandro Casona –después fue Maestro Casanova- yo tuve una maestra, maestra tenía que ser, claro, de la que años después supe que era de Besullo, doña Isabel González de Llano, que me enseñó una cosa que después fue muy importante para mi profesión u oficio: la fecha. Al comienzo de sus clases llegué un día tarde, no sé por qué, y lo primero que mandó hacer fue escribir la fecha en la libreta, pero yo no sabía lo que era la fecha, porque había faltado aquel primer día. Esperé, no sin cierta tensión en el cuerpo, a ver qué escribían los otros. Miré, con ansiedad ya, a izquierda y derecha, a ver si captaba algo por el rabillo del ojo. Imposible. No alcanzaba a ver lo que mis compañeros habían escrito allí.

Finalmente, doña Isabel o, tal vez, solo Isabel, que es como lo recuerdo, la escribió en la pizarra y yo pude copiarla en mi libreta. Recuerdo que me extrañó. Esperaba otra cosa. Había imaginado que sería algo parecido a una flecha, que era palabra que yo sí conocía. El caso es que no se me olvidó lo que era la fecha, y tal vez sea por eso por lo que, aún hoy, recuerdo muy bien las fechas de todo tipo de acontecimientos, públicos o privados, hasta el punto de que, en los trabajos que desempeño o he desempeñado, suelo ser a quien primero preguntan este tipo de datos.

Años después volví a oír hablar de Besullo o, más bien, de Bisuyu, y fue al empezar a interesarme por la lengua asturiana, la que en particular se habla en este concejo. Porque todos aquellos a quienes pregunté me repetían el mismo nombre: Pepe. Unos decían Pepe Bisuyu; otros don Pepe; y otros más Pepe el Maestro –otra vez los maestros. Luego supe que se llamaba José Luis González de Llano. González de Llano. ¡Qué casualidad! O no.

Lo conocí un día, no sé cuándo, y me recordó a Astérix: bajo, bigotudo y como con un brillo sobrenatural en los ojos. Lo frecuenté poco en el escaso tiempo en el que, después de terminar yo la carrera, coincidimos en Cangas. Hablamos menos, arrastrados supongo ambos por nuestras diversas obligaciones. O dejando que la excusa de esas supuestas obligaciones ocultara una común timidez. Pero la de Pepe fue siempre para mí una figura fascinante, que me hubiera gustado frecuentar más, porque a su interés por la cultura, siendo de pueblo, viviendo en un pueblo, unía haberse entregado al estudio y cultivo de una muy particular, por olvidada, denostada y aún hoy vilipendiada, la asturiana. Pepe fue, entre otras cosas, un pionero, allá por los años 80, de la introducción de la palabra, la asturiana, la canguesa, la de Bisuyu, la única que nació aquí, en la escuela. Otra vez la escuela.

Por los años en que conocí en persona a Pepe, y acudí por primera vez a Besullo sabiendo a dónde iba, al legendario pueblo de Casona, con motivo de lo que se iba preparando para el centenario, en un día soleado, de montes azules y brisa imperceptible en el que también conocí el Mazo, supe también de Hilda Farfante, más maestros de Besullo; por lo tanto, más palabras, en este caso para revelar lo que había sepultado la Historia o, más bien, los que en un determinado momento decidieron hacerse con ella. Con Hilda Farfante nunca hablé; de nada; ni siquiera de lo más importante, de unos hechos que solo entonces, y con grandes dificultades, empezaban a hacerse públicos por el empeño heroico de algunos familiares. Pero sí leía todo lo que iba divulgando, denunciando, sobre un tema en gran medida desconocido entonces para mí y, sobre todo, en lo relativo al concejo de Cangas. Y la veía caminar, también, cada cierto tiempo, pausada, humilde y dignísima, como esos magníficos maestros de Besullo de los que procedía y que ahora solo aspiraba a dignificar, por el corredor de un ayuntamiento demasiado reacio entonces en busca de apoyo para sus demandas.

Mientras enhebro el hilo de todos estos recuerdos que no sabía de un mismo ovillo hecho de palabras y personas, de personas hechas de palabras, aparece una y otra vez otro nombre propio, el de alguien que tiene que ver con todos los hasta ahora mencionados y que es de Besullo pero no es de Besullo. Porque yo no he sabido nunca si es o no de Besullo. Y cuando se lo he preguntado, o no he entendido bien las explicación o él en realidad, sarcástico y provocador, no ha querido dármela. Para mí, es de Besullo, claro, así pues, en realidad, no quiero saberla. No la necesito, tanta verdad. Aunque ambos, él y yo, nos dediquemos supuestamente al oficio de la verdad.

Estoy hablando de José María Azcárate, que me encargó este pregón y, por lo tanto, me lanzó cruelmente a medirme con todos estos seres de palabras que habitaron, habitan y probablemente habitarán Besullo. Nos conocimos en el año 2000 y precisamente por carta. No viene al caso el motivo de aquella carta que yo le envié en su calidad de director de La Maniega. Yo había leído un libro suyo: Los festejos del Carmen, escrito a comuña con nuestro común amigo Juaco López. Recuerdo el concurso que, en los 80, propició aquel texto. Yo y un amigo, entonces escolares de EGB, quisimos presentarnos. Pero ¿por dónde empezar? Ni idea. Y ahí quedó todo: en propósito abortado que dio paso en seguida a un partido de fútbol. No fue hasta muchos años más tarde que supe quién lo había ganado.

Leía yo también, la leíamos todos en casa, La Maniega, esa publicación insólita, suculenta y, en gran medida, extemporánea, que contaba las cosas de Cangas como si Cangas fuera, ¡yo qué sé!, una gran capital administrativa, cosa que, según supe más tarde, ciertamente había sido. Pero ya no era. Después de aquella carta lo conocí en persona y lo frecuenté mucho, sobre todo por motivos profesionales, que nos hacían coincidir a menudo. Era un tipo de conversación estimulante, que verdaderamente callaba mucho más de lo que sabía, algo poco habitual entre los de nuestro oficio, por cierto; de arranque provocador, como para medirte primero, para saber en realidad qué sabes tú de todo eso, de lo que se está hablando o, más bien, de lo que se está dejando de hablar; y, sobre todo, si verdaderamente te interesa. Y lo hacía incluso ante, o frente, al poder local, con quien yo entonces colaboraba. Era un poco sospechoso frecuentar a aquel tipo en aquellos años, he de decir. Pero yo no podía evitarlo. Leí también algunas de las otras cosas que escribió, la mayor parte de Besullo, en una época en la que yo creo que ya solo escribía en La Maniega, lo cual no era poco porque la hacía prácticamente toda él. Luego marché a trabajar fuera y solo nos vimos alguna vez en las fiestas del Carmen.

Entonces conocí a Alfonso López Alfonso, otro escritor brillante, en la estela de Avello y Casona (es, de nuevo, mi opinión) porque Alfonso, de mi misma edad y lugar de nacimiento, pero de quien nada sabía, como él de mí, por otra parte, había sacado un libro sobre un tal Borí y yo le pedí una entrevista, que amablemente me concedió. La personalidad y trayectoria de Borí, cuya existencia se me reveló por primera vez en aquel volumen, me recordó mucho a Azcárate. Alfonso es, por supuesto, otro gran cultivador de la palabra. Y es, como no podía ser de otra manera, dados sus comunes intereses, otro buen amigo de Azcárate, con quien de nuevo volvió a ponerme en contacto tantos años después.

Yo había escrito una novela (dos, en realidad), en la que aparecía un tal Azcárate, periodista, con un gran interés por el pasado porque en el presente ya vivía. Hay quien se empeña en decir que es él. Pero yo lo he desmentido siempre. Se lo he desmentido a él el primero, claro. De todas maneras, he aprovechado bien esa aparente confusión. Alguna vez, para que me concediera algo, le he amenazado con matarle en la siguiente novela si no me lo entregaba. Tal vez por eso me invitó un día a su casa, para que conociera su humilde ambiente, su familia y, llegado el caso, me apiadara.

Comimos, el año pasado, en casa Herminia, en otro día azul y de brisa imperceptible, una paella con carne preparada por él mismo. Estábamos Alfonso, Juaco, Sofía, Isabel y yo; y de allí surgió la invitación para pronunciar este pregón que yo entonces interpreté como mera provocación para animar una sobremesa que ya agonizaba. Pero no. Era, al parecer, verdad. Y un honor para mí pregonar estas fiestas a las que también vine una vez, allá por 2005, y recuerdo que me gustó mucho porque tenían el aroma de lo que yo creo que deben ser este tipo de encuentros populares: algo más bien hecho por los vecinos y no solo un espectáculo que ver, que es en lo que están derivando la mayor parte de las fiestas: en espectáculos masivos para lograr que los turistas se dejen allí la nómina (la propia o, cada vez más habitualmente, la de los padres).

Las Veigas, como el Carmen de Cangas, aún la hacen los vecinos. En Cangas, es, sobre todo, La Descarga, y cualquiera de las otras tiradas, lo que ayuda a mantener esa esencia: unas fiestas hechas por los vecinos y, sobre todo, para los vecinos, aunque también podamos acercarnos algunos turistas, por qué no, como yo me acerqué aquella tarde-noche de agosto de 2005 sin saber que, casi 20 años después -40, calculo, después de haber puesto por primera vez un pie aquí- tendría el honor de inaugurar estas fiestas de Besullo, que para mí también son de Casona, Isabel, Pepe, Hilda, Azcárate y hasta de mi padre.

 

Así que gracias a todos y ¡adelante!

BONAS FIESTAS DE LAS VEIGAS.

 

BESULLO, 13 DE AGOSTO DE 2023

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